
Hablo de ella en pasado porque ya (desgraciadamente) no la utilizo. En las navidades de 2003 la saqué del macuto para ir al centro y hacer fotos de las calles iluminadas, pero la Zenit no funcionaba: el sistema de rebobinado estaba atascado y los fotogramas no avanzaban. «El tiempo pasa para todos», pensé entonces. Después me fijé en uno de sus laterales, vi que estaba abollado y entonces caí en la cuenta de lo que sucedía: la Zenit no había dejado de funcionar porque tuviese muchos años sino que unos meses atrás a mí se me había resbalado de las manos con tal mala suerte que en vez de caer directamente sobre la cama junto a la que me hallaba, rebotó antes sobre un mueble. Cogí la cámara, abatida sobre el colchón, y la guardé sin comprobar si se había dañado.
Cuando, como digo, recordé lo que había pasado, me di cuenta de que me había quedado sin cámara. Aquella Zenit era demasiado vieja como para que lograra encontrar un lugar donde la reparasen. Volví a guardarla en el macuto y su vida se terminó.
Después llegaron otras, dos Nikon que no han podido sustituirla ni técnica ni sentimentalmente. Parece extraño el cariño que se le puede coger a un artilugio. La Zenit no había sido mi primera cámara (la primera me la regalaron con cuatro años) pero sí la que me hizo descubrir la magia de la fotografía. Su tacto metálico, frío; el olor a cuero de su funda, el ruido que hacía al disparar, como si se tratase de un arma, o el sonido al pasar el fotograma; todos esos recuerdos continuarán en mi memoria.
Cuando monté Fotoartis coloqué una fotografía de la Zenit para que estuviese presente en el blog. Se trata de la imagen que hay sobre la encuesta. La otra cámara que aparece es una Winar, que era de mis abuelos paternos. Desde que creé el blog tuve en mente escribir un texto como éste. Y por fin lo he hecho.
Dedicado a MI CÁMARA.
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