Hace poco que se han publicado los resultados de un concurso fotográfico en el que he participado. Y no he ganado. El concurso lo organizaba una marca de impresoras a la que no le voy a hacer publicidad (no sólo por no haber ganado su concurso sino también porque los controladores de sus impresoras son una mierda y se desinstalan cuando les da la gana, de manera que la puñetera máquina deja de funcionar correctamente).
Pues bien, como decía, el resultado del concurso se ha hecho público. Y el ganador ha sido un fotógrafo profesional que comenzó a trabajar hace 30 años, cuando yo ni existía. Resultados como éste hacen que quienes somos aficionados nos desilusionemos y no volvamos a participar en historias de este tipo.
Y lo peor es que no es el primer chasco que me llevo: hace un par de veranos participé en otro concurso, aquella vez lo organizaba una revista dominical que regalan con un diario local (parece que estoy jugando a las adivinanzas, pero como acostumbraba a decir un hombre al que admiré y aprecié profundamente «no diré nombres por si alguien lo conoce»).
El caso es que en ninguno de los concursos gané nada, sólo el disgusto que se lleva uno cuando descubre que el gusto de los miembros de los jurados resulta más que dudoso viendo las fotografías ganadoras. Y mi opinión no es producto del resentimiento: yo admito cuándo una imagen es buena, incluso si es mejor que las mías (este blog es una clara muestra de ello).
No os adjunto las fotografías con las que concursé porque, como sabéis, no me fío. Porque, a pesar de los desengaños con los concursos, sigo teniendo la esperanza de que algún día un mecenas descubra el poco o mucho talento que tenga y me permita montar una exposición. Ése sería mi mayor sueño, ver colgadas mis fotografías en las paredes de una sala de exposiciones y que otros puedan disfrutar de ellas. De momento tengo que conformarme con que quienes tienen interés por mis fotografías, las vean en mi agenda. Algo es algo.
Pues bien, como decía, el resultado del concurso se ha hecho público. Y el ganador ha sido un fotógrafo profesional que comenzó a trabajar hace 30 años, cuando yo ni existía. Resultados como éste hacen que quienes somos aficionados nos desilusionemos y no volvamos a participar en historias de este tipo.
Y lo peor es que no es el primer chasco que me llevo: hace un par de veranos participé en otro concurso, aquella vez lo organizaba una revista dominical que regalan con un diario local (parece que estoy jugando a las adivinanzas, pero como acostumbraba a decir un hombre al que admiré y aprecié profundamente «no diré nombres por si alguien lo conoce»).
El caso es que en ninguno de los concursos gané nada, sólo el disgusto que se lleva uno cuando descubre que el gusto de los miembros de los jurados resulta más que dudoso viendo las fotografías ganadoras. Y mi opinión no es producto del resentimiento: yo admito cuándo una imagen es buena, incluso si es mejor que las mías (este blog es una clara muestra de ello).
No os adjunto las fotografías con las que concursé porque, como sabéis, no me fío. Porque, a pesar de los desengaños con los concursos, sigo teniendo la esperanza de que algún día un mecenas descubra el poco o mucho talento que tenga y me permita montar una exposición. Ése sería mi mayor sueño, ver colgadas mis fotografías en las paredes de una sala de exposiciones y que otros puedan disfrutar de ellas. De momento tengo que conformarme con que quienes tienen interés por mis fotografías, las vean en mi agenda. Algo es algo.
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